EL PERRITO BUBÚ (Cuento infantil)

Hoy traemos un cuento infantil que un amigo y colaborador de este Blog, Manuel José Narváez, nos trae para que en estas fechas nuestr@s mayores , abuelos y abuelas, cuenten a sus nietos y nietas.


El Perrito Bubú




Había una vez un perrito al que sus amos llamaban Bubú, y que algunas veces se portaba mal, sobre todo cuando se hartaba de ser el juguete de sus pequeños amos, ya que Bubú no comprendía porque lo trataban como un objeto, en vez de como el animal que en realidad era.

Un día, cansado de los crueles juegos a los que a veces era sometido, se escapó de casa y estuvo vagando por ahí. Conoció a otros perros, como al chihuahua Cesar, pequeño de cuerpo pero lleno de locas ideas, y a quien, las travesuras se le ocurrían por pares: una detrás de otra.


También conoció al san bernardo Atlas, un grandullón, al que todo el mundo gastaba todo tipo de bromas, sin que se enfadase jamás. Era un tipo bonachón, y con un gesto de paz en la cara, que transmitía tranquilidad al que estuviera con él en ese momento.

Bubú sintió que estaba entre los suyos, y a pesar de las malas pulgas que se gastaba Cesar, le gustó sentirse uno más entre sus congeneres, saltando, correteando a los gatos y escarbando entre los cubos de la basura, a veces con ganas de encontrar algo que comer, y a veces, buscando algo que causara la envidia de sus compañeros, que le perseguían para quitárselo, y así jugando y correteando pasar una tarde – o una mañana – llena de alegría y sin otras preocupaciones, que idear donde esconderse, para que no lo encontrasen sus compañeros de juego.
Los pequeños amos de Bubu le buscaron sin cesar, llegaron a pensar que podía haber sido víctima de un atropello por un coche, así que acudieron a los veterinarios de la zona preguntando por él, pero nadie les dio noticia alguna de Bubú. Sin saber que hacer para encontrarle, a uno de ellos se le ocurrió poner un anuncio en los periódicos locales, dando la descripción de Bubú y prometiendo una recompensa a quien se lo hubiera encontrado, pero ni por esas, el pequeño Bubú no aparecía por ninguna parte.

De nada hubiera servido la descripción que habían dado del perrito, ya que en vez del blanco original de su pelo, este aparecía lleno de barro, grasa de los cubos de basura y enredado y oscuro, más que blanco se veía de color gris oscuro, y se tenia que parar a rascar de cuando en cuando, ya que las pulgas, que a sus compañeros no parecían molestar, de acostumbrados que estaban a ellas, a él no le dejaban un rato tranquilo, y le picaban una y otra vez, y en todas partes, sobre todo en las orejas, que las tenia enrojecidas de tanto rascarse con las patas.

De vez en cuando, echaba de menos las comodidades de la comida segura, y su cesto de dormir oliendo a limpio, pero, por otra parte, nunca lo había pasado tan bien jugando y saltando, un dia, y otro, y otro.


Aquel día parecía otro día más para divertirse, pero algo cambió, y es que, cerca del parque donde correteaban todos los días, había un grupo de niños, que aquel día estaban buscando algo con lo que divertirse, cuando vieron el grupo de perros, a uno de ellos, Pedro, se le ocurrió la idea – vamos, dijo a los demás, cojamos un montón de piedras y vamos a acorralar a esos perros hacia el callejón sin salida, y allí jugamos al tiro al blanco con ellos, ganará aquel que sea capaz de acertar más pedradas en los perros-.

Tal y como ideó el perverso plan Pedro, así lo hicieron, y poco a poco fueron encerrando al grupo de perros en el callejón a base de pedradas, hasta que no hubo escapatoria para estos, y acorralados entre la pared del fondo del callejón por una parte y los pequeños diablos -que más parecían esto que niños- los perros no sabían donde refugiarse, se metían detrás de unos cubos de basura, pero al dar las piedras contra estos, producían un ruido tremendo que hacia que los animales salieran de detrás con el rabo entre las patas y dando unos chillidos lastimeros que daba pena oírles, las pedradas, alguna que otra vez, daban en el blanco y los perros aparecían llenos de heridas a causa de ellas.

Por suerte para Bubú y sus compañeros una de las ventanas del callejón pertenecía a la cocina de una viejecita, que al ruido de las piedras contra los cubos y los alaridos de los perros se asomo por ella, y viendo el tremendo espectáculo, amenazó a los niños, para que dejaran en paz a los animales, los niños hicieron poco caso, como suele ocurrir hoy con los niños de la calle, sólo cuando la anciana dijo que había llamado a la policía y que esta venia de camino, de mala gana fueron dejando poco a poco el terrible juego, y a regañadientes, se fueron a idear otra tropelía.

Efectivamente, la policía vino al cabo de un buen rato, y al ver el grupo de perros llamó, por medio del radioteléfono, al servicio de recogida de perros callejeros del ayuntamiento –a los que llaman vulgarmente laceros-. Estos, y después de casi una hora, aparecieron con una furgoneta a por los perros, y a los que la policía por medio del coche patrulla, taponando la salida del callejón, tenían retenidos, se fueron los policías, y empezaron su trabajo los laceros, intentando atrapar a todos y a cada uno de los perros, los compañeros de Bubú ya se habían visto más de una vez en esa situación, pero para él, todo era nuevo, y no sabia para donde tirar. Iban los dos hombres cada uno por una lado del callejón con un tubo de casi un metro, al final del cual había una cuerda en forma de lazo, cuando estaban a poco más de un metro de los perros, uno de los hombres resbaló con el contenido de uno de los cubos de basura, que se había volcado. Inmediatamente todos los perros aprovecharon el hueco dejado por el hombre para escapar corriendo, todos menos Bubú, que poco acostumbrado a estas cosas, se había quedado temblando en un rincón, con una herida en una pata que llevaba levantada y otra en la cabeza cerca del ojo que sangraba abundantemente. Para los hombres, lacear a un perro inocente y temblón como Bubú, fue un juego de niños, y en un abrir y cerrar de ojos, estaba en la furgoneta, y de allí fue llevado a un centro de recogida de animales, de la sociedad protectora de animales, donde fue metido en una jaula, de poco de un metro por un metro, después de curarle un poco las heridas.

A uno de los niños dueños de Bubú, Pepi, se le ocurrió de pronto una idea y se la expuso a su padre delante de sus hermanos: -Papá, porque no vamos a donde recogen perros que nadie quiere, quizas alli nos encontremos a Bubú-. Al padre le pareció buena idea, y aquella tarde, se fueron para allá, hablaron con el encargado y este los llevo a un pasillo, donde a ambos lados, había jaulas con perros de todas clases y colores. Los niños se quedaron boquiabiertos, nunca pensaron que pudieran existir tantos animales abandonados por sus dueños, ¿cómo –preguntó Pepi-hay tantos niños y niñas, queriendo comprar perros y gatos, para después dejarlos, cuando se hartan de jugar con ellos, abandonados.? Para los niños fue un gran descubrimiento, que les enseñaría desde aquel día en adelante, que un animal es algo más que un muñeco, con el que hoy puedo jugar si tengo ganas y después dejarlo durante una semana o más olvidado en un rincón, y que tener un animal, es obligarse uno mismo a alimentarle, mantenerlo sano, llevándolo de vez en cuando al veterinario, y a cuidarlo y en suma a hacer lo mismo que hace él con nosotros, -quererlo-. Cuando el dueño llega a su casa, su perro acude a saludarlo, siempre, no algunas veces si y otras no.


Bueno, ¿y que paso con Bubú?, Pues muy fácil, sus dueños pasaron por delante de su jaula y no lo reconocieron, estaba sucio, lleno de heridas, arrinconado en una esquina de la jaula y con el rabo entre las patas, que es la forma que tienen los perros de decir que tienen miedo, y también de que están malos. Pero Bubú, a través de sus ojillos entreabiertos, sí los reconoció a ellos, e inmediatamente se puso a saltar, dando ladridos de alegría, el pequeño de los niños, Carlitos, se quedó mirándolo fijamente, porque le parecía imposible que aquel perro fuera Bubú, de sucio, delgado y mal aspecto que tenía. Pero sí, era Bubú.

El final, no se si contároslo, porque supongo que ya lo podéis adivinar fácilmente, pero lo que sí os voy a decir es que la experiencia de Bubú, y la tristeza de los niños, durante los días que no estuvo con ellos, sirvió para mucho. Para Bubú sirvió para apreciar, que el calor de la casa propia, vale más que todas las diversiones y carreras que pueda uno tener en la calle, y los niños aprendieron, que un animal es un ser vivo, que tiene sus necesidades y que merece un respeto, que a partir de aquel día, siempre tuvo Bubú en su casa.









El Autor.




Manuel José Narváez

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